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GRANDE

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No es tipo excesivamente guapo, ni excesivamente alto, ni puede presumir de tener una musculatura perfecta. Tampoco saltaba en demasía ni era capaz de correr como un velocista. Los que le conocen mejor dicen que protestaba mucho, que no estaba contento con casi nada y que siempre intentaba darle la vuelta a las cosas. Sin embargo, estoy convencido de que todos los que le conocen, sintieron un escalofrío cuando dijo que se marchaba.

Porque no es fácil encontrar jugadores así. Comprometidos, luchadores, astutos y honestos. Sobre todo, honestos. Capaces de reconocer sus propios errores y analizar los del grupo para tratar de mejorar. Tan consciente de sus limitaciones como de sus virtudes. Tan listos dentro de la cancha como para ganar un partido en la última jugada.  Tan cercanos fuera de ella como para pasar de jugador del Grupo Pinta a amigo en menos de una temporada.

Puede parecer exagerado pero basta con acercarse y convivir con él durante unos meses para darse cuenta de la valía de este tipo. Un tío realmente especial. A mí me enseñó a ver el balonmano con otros ojos. No olvidaré el abrazo que me dio después de ganar a Adelma Sinfín en casa ni la reflexión después de perder contra los santanderinos en la Albericia. Porque estos tipos son así: están a las duras y a las maduras. Por eso se les echa tanto de menos cuando faltan. Porque tienen algo que no dan ni miles de goles ni los mejores éxitos deportivos. Tienen alma y, afortunadamente, de eso no se vende en las tiendas.

Decía Montesquiau, que “para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella”. Quién le iba a decir a este pensador francés que en Cazoña encontraría el ejemplo perfecto para ilustrar su cita. Hasta siempre Miguel.

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